J.§. FerGärtner
martes, 5 de agosto de 2025
Acerca del coro de una canción nuestra
lunes, 4 de agosto de 2025
Oasis, Oasis...
Harto de las relaciones parasociales, contradictor de las tendencias, crítico acérrimo y paria diletante de la sociedad del espectáculo, me rindo ante los shows más recientes de Oasis y me permito conmoverme ante su regreso a los escenarios. No sé cómo explicarlo y por eso escribo el siguiente párrafo: seamos conscientes de que todo esto solo se trata de dos hermanos que se han perdonado y se han vuelto a querer, mientras el mundo estalla en extravagancias y confusión. Ver a los dos Gallagher abrazarse en medio de tanto conflicto, me alegra. Una sencilla esperanza, similar a su música, me tranquiliza, y me recuerda que todo pasa, aunque me haga desear que, ojalá, esta amistad fraterna no pase pronto sino que dure y dure. ¿Qué es el carácter sino esa ecualización característica de la guitarra de Noel mezclada con la revitalizada voz de Liam? ¿Qué es la fuerza sino el amor que profesó el Rock n' Roll en distintos momentos?
jueves, 24 de julio de 2025
Desde el futuro, una línea salvavidas
El grunge trajo palabras nuevas a mi vida, un drama beatnik, el peso de algunas sensatas contradicciones. Lo mortuorio y lo colorido, los sepulcros floridos, la anatomía de combinaciones inusitadas. Aquella nota suicida, carta de despedida de Kurt Cobain, aligeró los aires, renovó mis lecturas. En su delirio desata lo prosaico. Supe que la escritura era arte plástica gracias a él; luego lo comprobé en otros "Altazores".
Lo particular fue que conforme fui ganando palabras dejé de anhelar la vejez.
¿Qué territorio incierto será tal edad, tales escenarios?
Recién en el '21, gracias al ejercicio, comprendí que mi calistenia cotidiana no versa de "lucir bien" en el espejo; se fundamenta en el hecho de hacer todo lo posible, de ser lo suficientemente constante, como para llegar a viejo en excelentes condiciones de movilidad, de pensamiento, de emoción.
Y ahí surgió el pensamiento menos grunge de mi vida, o mejor, el pensamiento que disipó los rastros, los vestigios de ese estilo que tanto me cautivó y que de alguna forma, entre ironía y autosabotajes, persistía a manera de negativismo, pereza, joroba y (caprichoso) nihilismo.
Tengo noventa o cien años; me veo en un cerro, una especie de colina frente al mar; me siento como en casa, en paz, protegido, seguro. La brisa rosa del ocre amanecer es todo lo que me rodea. Suenan las ramas más altas de los árboles. Son eucaliptos; comprendo ahora la antigüedad que Borges le asignó a este aroma. Estoy semidesnudo, tal y como me gusta ejercitarme desde hace tanto tiempo. Me elevo sobre la barra, en movimientos fluidos, fuertemente. En los segundos de descanso, entre serie y serie, pienso en mi vida; de manera particular, recuerdo los problemas de mis 30. "Qué época"... Me río: todo se solucionó de un modo rápido, fácil, beneficioso, creativo. Sigo siendo un optimista.
Cierro mis ojos: me veo escribiendo esta frase.
domingo, 13 de julio de 2025
Acerca de una canción de Las Deseo
Foto por David Kurtiz.
En diciembre escribí una canción llamada "Sin dólares en Medellín". Surgió, como siempre, mientras fantaseaba. La escucho y noto la ironía: en esta etapa de mi vida, caracterizada por mi renovada intención de asentarme en Medellín, más que en otras esferas (como la familia, por ejemplo), me imaginé cómo serían los escenarios de una eventual partida, del desplazamiento, del desarraigo. No sin cierto ánimo nadaísta, sentí - involuntariamente - a la ciudad como una mujer, como una ex pareja. Urdí la imaginaria ira, la sentida narración. Pero rumiar aclara los sabores: de irme, puede que salga, que me vaya hablando mal de ella (no son pocas las personas que han quedado enojadas conmigo por, simplemente, no haber querido darles lo que de mí, sin razón alguna, esperaban), pero no persistiría mucho tiempo ni en las diatribas ni en la queja. No voy a hablar mal de mi ex, no hay que hacerlo, pensé y ya así lo canto. Sumado a este juego hay otro elemento, un término que se hace presente pero desde su ausencia: en ningún momento hablo de Medellín como valle, porque lo que quiero narrar es la ciudad desconectada de su natural geografía; es decir, cuando como sociedad volvamos a ser más valle, más montaña, más cuenca de río, que dinámica urbana, que paila caliente, tomaremos mayor perspectiva y le habremos dado contornos humanizantes al capitalismo. Por el momento, somos un hervidero del comercio.
Y no es el río el que va en contravía.
No es el río al que hay que canalizar.
jueves, 26 de junio de 2025
Un hallazgo perdido entre otros hallazgos: Negación.
La negación puede ser consciente, pero casi siempre, en mi caso, fue inconsciente. Funcionó bien, como un minucioso mecanismo de defensa. No me refiero a la negación de algo que se sabe, sino a la negación de algo que cuesta admitir hasta el punto de dejarlo en el sopor de lo no-elaborado, de la in-materialización.
Si tuviese que escribir todo lo que he negado, pretendido ignorar, llenaría tomos enteros; es lo mismo que hablar de los errores de los que no me gusta hablar o edificar un blog secreto.
El deseo, la necesidad, la vergüenza; en muchos casos negar no es más mentir que complacer.
Negar que me siento mal por cierta forma de vivir; negar que no sé cómo cambiar y que a veces necesito ayuda; la espectacular e indulgente parafernalia del Rock me permitió negar, y en las noches en que corrí mis fronteras ético-morales, estomacal-mentales, alcancé a aferrarme de la mano de algún Baudelaire alcahueta, estudiante de Filosofía y Letras, capaz de recordarme aquel ensayo rico en motivos para perdonarme.
Negar impide crecer: al asumir, al frenarse, detenerse y contemplarse logra uno reconocerse, admitir, y solo así podremos valorar si es necesario corregir, o si corregir es ir en contra de la desviación fértil. Hay que hacerle correcciones a la corrección: ¿Qué ego corrige a cuál? ¿El cuarentón al veinteañero?
Este es el trabajo que implica elaborar la angustia y hay que ser compasivo con uno sin incurrir en la autocompasión.
El límite es poroso: veo cualquier foto mía y veo negación de algo.
Lo que siento y niego no tiene la gravedad de lo necesariamente real: si lo expreso, puedo matizar su valor de verdad.
Por ejemplo, ¿niego mi ira? Ya luego tendré dos problemas: la ira y la estela de corrosión y absurdos que deja la negación. ¿Niego el disgusto y que no tolero a alguien?...un alto nubarrón se alza en el cielo: todo se revuelve en el interior y nos conducimos al síntoma.
Recordémoslo: es más fácil decir "sufro de depresión-ansiedad-disautonomía" que "soy narcisista".
Negar es evitar aceptar aspectos de la realidad que me parecen desagradables
Aceptar es dimensionar los fenómenos y además nos permite observar la negación ya no como un ecosistema o modus vivendi sino desde su completa esfericidad: han pasado pocos días y ya empiezo a comprender que, en parte, instrumentalicé el recurso y me acostumbré a negar porque no me adapto tan fácilmente y porque carezco de herramientas de comunicación eficaces aunque en mi mente abunden los discursos.
domingo, 15 de junio de 2025
Smooth
Lo que no acepto del otro, indica mis propias limitaciones. Refleja además los ideales que pretendo imponer. Saberlo, considerarlo al menos, me anima a volver a intentar conducir un vehículo. El carro es un símbolo en mi vida. Es lujo y significado: ya soy grande, soy un hombre. No conducir me ancla a situaciones; me niego y me resisto: en el fondo del no hacerlo, saluda la fobia social. Aborrezco los estados psicológicos a los que uno se somete y con los que uno debe lidiar, propios y ajenos, cuando se maneja un vehículo. Las agresiones, las impaciencias, los afanes ajenos. Los miedos y las torpezas propias. Salir a la calle como transeúnte también considera diversidad de formas de interacción social, pero pasa que esto no se relaciona tanto con el factor dinero. Aprendí a caminar cayendo, pero aprender a conducir chocándome me implicaría gastos que no quiero asumir -en el mejor de los casos-, o que no puedo cubrir -veo brillar la cifra de mi contrato de cátedra. Además, el carro es una declaración: es el bien privado más público, nuestro indicador de clase, la pluma más visible de la danza de apareamiento. No es cuestión sencilla, así debiera serlo, pero eso es hablar ya de socialismo y utopías. Recordemos: el capitalismo se sustenta en el comercio de la personalidad. Sin embargo, sin embargo. Hay escenarios, hay escenarios. La noche, la soledad en movimiento: el reflejo de las luces deslizándose en el parabrisas. Este jazz, la lluvia en la ventana. Compartir con mi pareja, ir a tomar café a un mirador, cálida, apacible, silenciosamente. Me imagino entonces como Luis Mi; el escenario es inviable sin el carro, sin su comodidad, se degenera lo galante. Se vuelve tosco el placer. Es otra textura, otro timbre en la composición del hecho vital. ¿Será este el corazón de las economías basadas en combustibles fósiles: atravesar el caos en una burbuja, siendo invisibles cuando más nos convenga?
lunes, 26 de mayo de 2025
Performativo, realizativo
La palabra es la canica que todos los días contemplo.
Decir "yo te prometo" ya es prometer; decir "yo te juro" ya es jurar; decir "yo te condeno" ya es condenar.
La gramática lo ofrece como "enunciados performativos" o "realizativo".
Alguna relación encuentro con los koan de la tradición zen. "¿Cuál es el sonido de una sola mano que aplaude?"... así es: el silencio que queda después de esta pregunta, que más que una cuestión cuyo sentido de ser es la respuesta que pareciera completarla, es, precisamente, la incompletud de la rumiación, ser ovillo de lana con el que la mente gato juega.
Inevitable y agradable me resulta también evocar al centurión que se inclina ante Jesús diciéndole: "una palabra tuya bastará para sanar".
En lo performativo el verbo es la acción en sí: "te felicito". "Te ordeno".
Decir "yo creo" ya es crear; pero ojo, romántico corazón adolescente - ya alcanzo a oler tu loción cítrica: decir "te amo" jamás será amar. Ni más faltaba.
viernes, 23 de mayo de 2025
Que te importe cada acción que lleves a cabo
Este semestre decidí dejar de imitar oralidades, dejar de auspiciar la apatía, dejar de ser inercia en la inercia hablando mal, apropiándome de conceptos que consideraba ya comprendidos, y casi que obligatorios para mí, treintañero en condición de docente. De hecho, lo primero fue dejarme de considerar docente; opté por reconocerme como profe. Luego, caí en cuenta de que tal vez debía hablar únicamente mediante términos que sepa explicar con otras palabras, con "mis" palabras. Claro, el trabajo fue una emboscada: de solo impartir cursos de música, pasé a dictar temas relacionados con política, participación, ética, y ciudadanía, cada uno enunciado desde el arte. Este tono, esta forma de hablar tan confusa y críptica, o digamos "académica", fue una especie de atuendo.
Actualmente, en mi casa sigo dictando clases particulares de guitarra, ukelele, bajo y canto. En este espacio, durante los meses recientes insistí bastante en la voz. Esta dimensión me hizo comprender la extensión de mi experiencia, y en contraste, también, la medida de mi inexperiencia. Para explicar algo de la voz o la guitarra, voy al cuerpo, soy conciso; en resumen: sé explicar. Para hablar de la historia de las ciudades y de cómo estas se vinculan a la concepción de nuestra fisionomía humana, me enredo, parafraseo a Sennett, me paro en el balón, saco alguna palabra mágica que nadie - ni siquiera yo, emisor - la entiende.
Mediante estos triunfos y fracasos como profe comprendí algo: lo importante es que el otro aprenda, no demostrar que yo sí sé.
Y ese es tal vez el epicentro de mi angustia: sentirme impostor. Oh, sí: impostor, el traje de moda.
Para hablar en las Universidades acerca de Arte debo performar. Yo no me formé en esto; conseguí este empleo leyendo y memorizando mucho. De Gombrich a Rosalind Krauss, el tentempié del nerviosismo me fue servido y yo tragué sin masticar: el infierno no son los otros, sino lo que los otros hablan de tu experiencia.
Entre más te mueves queriendo salir, más te hundes en la arena movediza de la teoría crítica sobre la estética, y el rostro de Benedetto Croce surge como un fantasma vaporoso en el espejo que refleja tu último vaho antes de darle las buenas noches a tu pareja. Son las 11:34 p.m. y llevas desde las cuatro de la tarde intentando comprender a Bourriaud, con el objetivo de consolidar una clase que sea estimulante, resonante. No quieres aburrir a estas personas nacidas en los tiempos de tus primeras borracheras (2005, 2006...)
Igual, solo asisten 3 o 4, pero esto lo haces también por ti.
De ahí, lo que implica desmontar este parloteo construido de -aceptémoslo- robos. Hablar así es vivir a crédito. Lo primero, lo Primigenio, reside en ti mismo: destruye todo lo que creaste y replantea el curso - sigo diciéndome. Hablarás desde lo que entiendo, expondrás tus delirios ante los somnolientos seres que tomaron esta materia por una chispita, por un llamado íntimo, por curiosidad.
Y sí, en definitiva, esa es tu gran labor: cultivar y alimentar esa curiosidad. Que sepan que en el Arte se puede vivir.
Bueno... en la próxima clase hablaremos de cómo desmontar el ánimo argumentativo impulsó mi vida desde cierta latencia poética.
miércoles, 16 de abril de 2025
Reflexión del 19 de febrero
En sobriedad compruebo más claramente las dinámicas de mi pensamiento.
Un mes sin haber estado ebrio devela los movimientos dentro de esa galaxia interior que he venido llamando mente. Ideas, grandes ideas, anhelos, estrategias de vanguardia: algunas más fugaces que otras, en este urdimbre de pirotecnia y desesperación. Las libretas se llenan; también la sección de borradores de este mail. Pero, ahora pienso, que el alcohol no me ocultaba únicamente este "panorame"; lo que no me dejaba comprender, en lo cual no me dejaba profundizar, es en el estado de alerta y angustia (como de constreñimiento o falta de aire en el pecho) que hacían despertar de un modo tan desordenado cada una de estas ideas. Desordenado e imposible de aprovechar, de asir. Quizá esta forma del comportamiento de mi ingenio surja como reacción a lo que voy consumiendo en internet, o de un modo más preciso y justo, en las redes sociales. Instagram en particular ha cooptado mi conciencia. A veces incluso sueño con mi feed. ¿Tendencia al abuso en el consumo del alcohol? No será mi único problema.
lunes, 14 de abril de 2025
Un recuerdo con un CD de Guns'
Recuerdo el valor desconcertante de los nombres de los integrantes de Guns n' Roses.
La satisfacción de pronunciar cada uno:
El baile sonoro del Stradlin de Izzy. Slash, como un corte que aproxima el significado de la palabra a su propio significante. Duff, y su efe suspirada. Axl de equis lumínica.
Recuerdo la sintonía que noté con los collages de sus discos, de nombres también sonoros: Use your Illusion, Lies. La seducción fue completa: su estilo, el sonido de las palabras que usaban y que portaban. Cada término irrumpía con la misma agresividad de su ensamble, de esa voz líder, antónimo de lo terso, pero que por momentos lograba cruzar la laguna y volverse suave y nítida en sus registros graves.
Recuerdo voltear el CD y leer: UZI Suicide. La fantasía del término, de la tipografía: ¿cómo se atrevían a decir eso? ¿Cómo se atrevían a ser sonando así? ¿A sonar siendo así? No me extraña que en Medellín aún los escuchen con devoción: su propuesta sigue "matando a nuestros ídolos" (¿recuerdas la camiseta que usaba Axl?). El sonido de la palabra "suicide" enseña la belleza de lo corrosivo. El destello de agresiva potencia material del óxido, atardecer ferroso, roseta de la piel de los metales que también rugen.
Esa estética me acercó al dolor. Tardé en descubrir que el suicidio no me parece bello. El concepto, como punto de giro o elección de personaje de ficción, estimula las tramas, las distorsionan como solía hacerlo Slash con el claro sonido de las Les Paul, pero me espanta cuando ocurre en el continuo físico - realidad. Solo me atrajo el sonido de su palabra, y no en español, idioma hermoso y propio en la que su "o" final me la acercó a "prepucio" o a "comicios". "Bullicio" también lindó con suicidio e incluso lo explicó de un modo parcial. "Solsticio" me reconcilió con esa forma de cerrar el término.
Recuerdo intentar conciliar el sueño, varias noches de mis 16 años, repitiendo sin canto, sino en susurro, como acariciando una foto-documento del ser amado, este verso:
I'm a sexual innuendo
In this burned out paradise
De su valor en la construcción de mi subjetividad tratan algunos episodios de Las Deseo.
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