La palabra es la canica que todos los días contemplo.
Decir "yo te prometo" ya es prometer; decir "yo te juro" ya es jurar; decir "yo te condeno" ya es condenar.
La gramática lo ofrece como "enunciados performativos" o "realizativo".
Alguna relación encuentro con los koan de la tradición zen. "¿Cuál es el sonido de una sola mano que aplaude?"... así es: el silencio que queda después de esta pregunta, que más que una cuestión cuyo sentido de ser es la respuesta que pareciera completarla, es, precisamente, la incompletud de la rumiación, ser ovillo de lana con el que la mente gato juega.
Inevitable y agradable me resulta también evocar al centurión que se inclina ante Jesús diciéndole: "una palabra tuya bastará para sanar".
En lo performativo el verbo es la acción en sí: "te felicito". "Te ordeno".
Decir "yo creo" ya es crear; pero ojo, romántico corazón adolescente - ya alcanzo a oler tu loción cítrica: decir "te amo" jamás será amar. Ni más faltaba.
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