lunes, 13 de enero de 2025

6 horas


Subir hasta la cima de la piedra del Tabor. Descansar y, en el sosiego, recordar que las cumbres son instantes. Descender, con temblor de piernas, hasta el potrero primitivo, origen de la aventura y, con los ojos cerrados, ver cómo se van hundiendo en la memoria las imágenes que, como salpicaduras, recién te lanzó cada tramo del camino.

La piedra no se burla pero yo sentí que sí. Sentí vergüenza de ser un típico medellinense en su refinado delirio de maleante; de ser uno más en la danza constante entre intimidar y ser intimidable. Andar a gatas fue desmoronarse hacia lo imprescindible: si lo que algunos llaman corazón es sinónimo de la intención, ¿qué me hizo sembrar allí tanto afán y ánimo de venganza? ¿de dónde tanta comparación? ¿en qué alacena conservaré las medallas que sangró cada pretensión? Formas hay muchas de enlistarse en las filas más agresivas del capitalismo. Te conviertes en soldado a fuerza de créditos y dandismo, y desde los términos menos amables nombras el fracaso. El pánico, naturalmente, será la flor de los golpes que te des a ti mismo.

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