Una y otra vez intento observar, para luego describir, el efecto de las redes sociales en el comportamiento de mi mente. Recientemente he descubierto que han generado en mí la sensación de hacinamiento. El ruido de los demás se me hace rutina por medio de mi habitual y creciente consumo de contenidos prescindibles; a la vez, mi hacer llega como ruido a los demás. Somos miles de personas creando, opinando, juzgando, mintiendo, vendiendo; también, creándonos, vendiéndonos... Mientras más pegado esté al celular, más sumido estaré dentro del pogo, dentro del ruidoso atiborramiento. Estoy seguro de que el desespero no me desespera más de lo que me entristece. Cada día que pasa, cada noche que huyo del silencio y de la soledad en un interminable scroll, es como si deforestaran una parte de mí, como si secaran un río y construyeran en su lugar un mall, un edificio de catorce pisos. Creo que el ser humano irá comprendiendo (o al menos yo espero lograrlo en algún momento, y actuar de acuerdo a esta comprensión, sin retrocesos éticos) que la cibernética no contiene todas las tecnologías que debemos implementar para vivir de un modo pleno, y que necesitamos de espacios verdes, apartados de la civilización, silenciosos, indocumentados, vírgenes, tanto en nuestra mente como en el planeta, para sobrevivir, o al menos para comprobarnos a nosotros mismos que no somos una especie en extremo idiota.
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