Hace poco escuché a un estudiante decir, refiriéndose acerca de su
relación con la música, que a él siempre le había llamado mucho la atención ese
tipo de contenido. La expresión fue reveladora: la música, para muchas
personas, es simplemente contenido. Contenido de redes, contenido como si fuera
una oferta de zapatos o cualquier cosa, contenido similar a productos que son
consumidos y desechados de manera simultánea. No creo que sea nuevo, no creo
que sea sorprendente; no todos los secretos deben generar sorpresa. Y no es que
la música haya dejado de ser importante: cosificar, reducir a contenido la
belleza es algo común y general. Sigue siendo importante pero ha sido devaluada
y menospreciada; del mismo modo, la pintura es más que cuadros; la literatura,
mucho más que frases cortas fuera de contexto.
Quisiera darme a entender, quizá resumir, mediante una comparación (que no deja de ser mi manera de teorizar): los videojuegos se han sabido mostrar y vender como algo más que contenido, como algo más que un modo de pasar la tarde. Los videojuegos son la vida para muchas personas: crean allí nuevas personalidades suyas, se proyectan, luchan y viven con pasión y método. Esa realidad, que no se atreven ni se permiten considerar falsa o alterada, les atrae, les alienta: eso es lo que siempre ha sido para mí la música, la literatura y en general diversas áreas del arte. No sé qué sentir al creer, y ligeramente sospechar, que muchas personas, hábiles e inteligentes para la música y el drama, tal vez hoy consagran sus tardes, sus noches, sus dineros, a formarse para ser mejores gamers. Allí, en esa dimensión, no hay tantos juicios... ni pandemias… y es probable que de hecho, sirva de base para crear otra realidad, en la cual, quién sabe, juegan a tocar la guitarra en un solitario campo florido y primaveral con el que sueñan.
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