sábado, 23 de diciembre de 2023

El caos es elocuente

 


Sobre el rap.

Hace poco quise escribir algunas letras de rap. En general descubrí que no hay una melodía previa para ser traducida en palabras, en lírica; similar a otros géneros primitivos, como en el canto gregoriano, en este género la musicalidad está inscrita en la melodía propia que ya de por sí trae cada palabra. Esta sensación (no sé si "realidad") fue de extremo abandono: similar a otros momentos en que la prosa es inercia y  tentación a evitar, me sentí próximo a caer en toboganes expresivos, tan propios también de ensayos y tesis de índole académica, o de las cartas de amor o de día del padre o de la madre. Los conectores, los adverbios, el tono... Lo curioso fue que esa noche no pude dormir: logré varias letras, pero mi cerebro no se contenía. Fue como si el intento hubiera alimentado una voz inquieta en mí, un sonsonete que no podía silenciar y que parecía relamerse en las ocurrencias que tanto me fastidian y que me impiden entregarme a este género. ¿Será por eso que tantos de sus artistas se adhieren a la marihuana?... Recuerdo un mensaje de Métricas en el cual hablaba de las altas cantidades de adrenalina en su cerebro... No disfruto del rap porque me suena a verborrea improvisada, pretenciosa, y esa verborrea, fuego de chorrillos, creo que es peligrosa porque consiste en confundir la estructura del edificio con los ornamentos. Quizá me ha hecho mucho bien ser cuidadoso, medido con las palabras, explorar en su significante. De Lacan a Bajtín, las lecturas me han enseñado las virtudes de intentar cada día ser más cuidadoso con los actos de habla, de ser ordenado en la abundancia. Que el río fluya pero sin desbordarse: para alguien como yo el método de escritura del rap puede ser peligrosísimo; por el contrario, el método "primero la melodía y luego la letra" (el cual Charly García bautizó como "método Wareschol"), me concede ciertos límites, que se traducen en paz y certeza. Hablar de más, así parezca interesante, no me hace más libre. 


Sobre guitarras y bajos.

Viendo una presentación de Uakti comprendí que los instrumentos son como pinceles. No hay sentido en quedarse mirando instrumentos (tal y como lo he hecho yo) sin tener en cuenta su sonido. Esto es un fenómeno de mercado: reconocer marcas, formas, precios; pero tal búsqueda de la variedad se justifica (lo sé) en el arduo trabajo de muchos luthiers por lograr un sonido. Los colombianos nos caracterizamos por creernos más astutos de lo que en verdad somos, pero en realidad nos falta saber profundizar en los matices. Algunos amigos (muchísimos), al hablar de la Gibson Les Paul, por ejemplo, no mencionan su sonido: mencionan su precio, aquel ídolo de infancia que los enamoró usando este modelo de guitarra, lo que implica portar una, etc (este etcétera es entretenido, pero a estas alturas, el chiste ya no es chistoso). Ahora, cuando todo parece -visto-, el sentido común nos golpea de frente, como toda forma de educación que, en esencia, debe ser un choque: la música nace de la musicalidad, es decir, de algo interno, no de algo externo. La civilización ha sido cooptada por el capitalismo, sistema económico, narrativa histórica, que insiste en hacernos creer lo contrario: que un instrumento más costoso, de mayor prestigio en el mercado, nos hará mejores músicos... pero luego llega Walter Smetak y nos libra del absurdo volviéndonos creyentes de nosotros mismos. Sí: esa carpeta del carro suena bueno; el pupitre del colegio, también. Recuerdo entonces los discos de Aphex Twin y me convenzo. Reconciliación idiofónica, quizá.


Amortíguate.

La euforia es pánico. 
Algunas certezas, también. 
Shakespeare no es Shakespeare únicamente por el gen Foxp2.



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