Sobre el rap.
Hace poco quise escribir algunas letras de rap. En general descubrí que no hay una melodía previa para ser traducida en palabras, en lírica; similar a otros géneros primitivos, como en el canto gregoriano, en este género la musicalidad está inscrita en la melodía propia que ya de por sí trae cada palabra. Esta sensación (no sé si "realidad") fue de extremo abandono: similar a otros momentos en que la prosa es inercia y tentación a evitar, me sentí próximo a caer en toboganes expresivos, tan propios también de ensayos y tesis de índole académica, o de las cartas de amor o de día del padre o de la madre. Los conectores, los adverbios, el tono... Lo curioso fue que esa noche no pude dormir: logré varias letras, pero mi cerebro no se contenía. Fue como si el intento hubiera alimentado una voz inquieta en mí, un sonsonete que no podía silenciar y que parecía relamerse en las ocurrencias que tanto me fastidian y que me impiden entregarme a este género. ¿Será por eso que tantos de sus artistas se adhieren a la marihuana?... Recuerdo un mensaje de Métricas en el cual hablaba de las altas cantidades de adrenalina en su cerebro... No disfruto del rap porque me suena a verborrea improvisada, pretenciosa, y esa verborrea, fuego de chorrillos, creo que es peligrosa porque consiste en confundir la estructura del edificio con los ornamentos. Quizá me ha hecho mucho bien ser cuidadoso, medido con las palabras, explorar en su significante. De Lacan a Bajtín, las lecturas me han enseñado las virtudes de intentar cada día ser más cuidadoso con los actos de habla, de ser ordenado en la abundancia. Que el río fluya pero sin desbordarse: para alguien como yo el método de escritura del rap puede ser peligrosísimo; por el contrario, el método "primero la melodía y luego la letra" (el cual Charly García bautizó como "método Wareschol"), me concede ciertos límites, que se traducen en paz y certeza. Hablar de más, así parezca interesante, no me hace más libre.
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