
29-11-2021/ Tu último canto nos sacó de la
siesta. Fue un sonido distinto: esta vez no funcionaría darle golpes a la pandereta... todos
te vimos morir. “Brisar oscuridad”, como dice Camilo. Cada uno en su momento te
sostuvo. Coincidimos en las lágrimas y en los agradecimientos. Fue inevitable
recordar mucho. Por ti, para mí, se hizo cotidiano el canto, hablarte con ternura. Creamos un lenguaje hecho de silbidos.
Yo te respondía porque tú me respondías. Lo que aprendí de ti, me lo enseñaste
sin querer: eras inocente. Sí: solía sentirme mal por la jaula. Te veía ahí, rodeada de plantas, al pie de la ventana del comedor, encerrada de puertas al bosque. Luego comprendí que se trataba de un
compromiso: tú no eras nuestra, pero sí era nuestro el deber de darte a
experimentar la capacidad que tenemos los humanos de amar. Constructora,
tejedora, cantante, inspiración: ahora el bosque te contiene. Un árbol recién sembrado y un
hormiguero harán lo suyo, se alimentarán de tu cuerpo, de esa silueta hermosa
que me acompañó sin permitirme estar solo cuando el desempleo casi me convierte en un ente insular. Anoche dormí
nervioso, tembloroso. A la madrugada me despertó el sonido de la lluvia; fue
como si la tierra - también entre lágrimas- te sostuviera ahora, como si así me estuviera avisando que ya te había recibido; que
habías llegado muy bien…
“… pero ninguna tumba guardará su
canto”.
Gracias Juan Sebastian, por compartir tan conmovedora despedida y tan dulce vida compartida. ¡Gracias por tener el valor de Amar y dejar ir!
ResponderEliminarUn abrazo, María Orlanda.