El Ballet Folklórico de Antioquia cuenta con una obra llamada “Colombia Viva”. La versión que más me gusta es la del año 2003. En esta, se fusionan danzas folklóricas (currulao, mapalé, bambuco, pasillos, contradanzas, joropo, redovas, cumbias y hasta una moña) con el ballet (que no deja de ser una forma de folklore) y bailes contemporáneos. Este show es sin duda muy especial e importante en un país segmentado por la guerra y dividido por los regionalismos; representa una opción para unirnos como nación, más que las victorias efímeras que nos puede –o no- brindar la selección del fútbol, o las políticas de los gobiernos de turno.
El caso es que hace días, mostré esta obra en clase.
Una alumna,
proveniente de Tumaco, Nariño, me confesó su molestia. No le gustaba que en
esta obra se contaminara el currulao
con pasos de danza contemporánea, o el mapalé con el ballet; que le molestaba e
incluso ofendía que se irrespetara la pureza que, según ella, deberían
conservar estos bailes típicos (como
si los mismos no fueran un producto de mezclas y mezclas). En el momento, asumí
en silencio su comentario, no sin dejarme de molestar, y lo dejé pasar. Luego,
esa molestia se convirtió en advertencia: eso es un complejo y un riesgo, es
decir, la búsqueda, por parte de los mestizos, de una supuesta pureza, puede
llegar a ser violenta. ¿No es acaso innecesario? La contradicción es evidente:
mestizos en contra del mestizaje, la respuesta radical de los pueblos
históricamente más golpeados. Ella creerá ser negra – negra, y quizá no acepte
su condición de mestiza: la lucha actual en contra del racismo nos pide
evolucionar estas clasificaciones, tender hacia lo que nos une, y no andar
insistiendo en divisiones, sin que esto implique – por supuesto - perder el detalle, y dejar de valorar y
apreciar los sutiles matices que caracterizan a un grupo humano, y a sus formas
de expresión lingüística, pictórica, musical, dancística, gastronómica,
literaria.
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