Debo confesarlo: uno de mis grandes descubrimientos de este año, fue un canal de YouTube. Se trata de Athlean X, más precisamente, de Jeff Cavaliere, el entrenador fundador del mismo. Durante años busqué ejercicios y rutinas qué implementar, y mediante las cuales sentirme más fuerte, mejorar mi estado físico, corregir mi mala postura. El resultado de mi búsqueda era la prolongación digital de lo que niño hallaba en la unidad deportiva de Belén o en el patio del colegio: gente intimidante, con un cuerpo suficientemente ejercitado y cultivado, balbuceando ideas entre su jadeo y su cansancio. Estas ideas eran soportadas en su experiencia, y sus músculos eran su único argumento: ¿cómo contradecir a alguien que tiene un six pack, o pectorales grandes y anchos? En realidad, aunque me intimidaron, nunca me convencieron. Las “velitas” y las “barritas” me vencieron; las pesas me superaron; el sudor en mi frente tardó horas en aparecer. Pero cuando descubrí el canal que defino como uno de mis grandes descubrimientos de este año, fue distinto: la lógica, la ciencia detrás de cada rutina, la concepción íntegra de mente – músculo, me encantaron, me hipnotizaron. No pensé que implementaría los ejercicios que Jeff propone; ni siquiera estimaba la posibilidad de pasar del nivel de principiante a intermedio: en un principio, simplemente veía los videos con gusto, para comprender mejor la función de determinado grupo muscular, o saber cuántas calorías consumía en una noche de copas (…y cuántos burpees debía hacer para quemarlas…). Sentí que nunca había comprendido mi cuerpo y mi metabolismo: crucé la frontera de mis prejuicios y reconocí sin angustia ni conflicto la riqueza, la generosidad, que nos brinda este popular youtuber. Por citar un ejemplo, en armonía con la introspección que tanto me apasiona, en uno de sus videos él plantea la importancia de determinar claramente las razones por las cuales uno se ejercita (… o deja de hacerlo). Sin esta claridad, el propósito, muy probablemente, será vulnerable al menor obstáculo, o a la impaciencia. Esto fue decisivo, en mi caso, para persistir. Y quiero enumerar algunas razones:
1. Ejercitarme, como escribir antes de dormirme, me hace bien. Me
tranquiliza. Es como si la ansiedad se desinflamara en mi interior.
2. Me acerca a conceptos existenciales fundamentales, como la fuga de
energía, o la correcta relación entre la mente y el músculo; con respecto a
esto último, cuando me subo a una barra, cuando hago una dominada, establezco
un puente entre mis bíceps y mi mente en el chispazo de un pensamiento. Es un
trazo de conciencia que echa luz sobre los músculos. Esto, en un sentido
psicoanalítico, es cultivar el cuerpo, y me atrevo a decirlo: a crear el
cuerpo. El organismo es la maquinaria: el cuerpo es el resultado de la apropiación
que logra un sujeto sobre el organismo del que está dotado. ¿Qué era el hombro
para mí? ¿Existía? ¿Los antebrazos? ¿Los flexores de la cadera?
3. En este sentido, me acerca a la verdad de mi organismo: es una
expresión problemática, lo sé, pero a mi modo de ver, el cuerpo, o mejor, el
organismo es una maquinaria perfecta: sabe aprovechar completamente los
nutrientes de un mango, de un plato de avena, de una guayaba.
4. Comprendo mejor la función de los músculos y me incrementa la
capacidad de resistencia. Antes, hace muy poco, cuando no hacía nada de
ejercicio (es decir, toda mi vida hasta el julio pasado), me mareaba con
facilidad. El ejercicio me exige, me fortalece, y no solo la zona abdominal,
mis piernas, mis brazos: también el cerebro, mi respiración, mi palpitar.
5. Hacer ejercicio impacta mi emoción, mi intelecto, mi intuición.
Este impacto, en cuanto es vivaz y me entusiasma, considero que es positivo.
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