Mi primer empleo formal lo obtuve a los treinta años.
Durante mis veinte, todos los trabajos fueron de corta duración, por prestación
de servicios. En la escasez, no me formulé preguntas acerca del dinero; cuando
apareció la figura del sueldo en mi vida, surgieron nuevas inquietudes. ¿Cómo
definir el derroche? ¿El gasto necesario o innecesario? ¿Está bien gastarme
cien mil pesos semanales en Stella Artois? Cuando obtuve dinero por medio de
los conciertos, invertí, principalmente, en equipos para sonar mejor en vivo;
actualmente creo que debo corresponder a la misma lógica: los padres, o el
Estado mediante sus programas de becas, me pagan para que forme en materias
relativas al arte a un grupo de jóvenes que me confían porciones de su tiempo.
Ese dinero que me gano, no es dinero mío, y sentirlo propio, sería una nociva y
desconcertante ilusión. Considero que lo más sano y justo, es invertirlo para
incrementar mi nivel de conciencia y ser más capacitado en la función por la
cual se me paga; los libros, los discos, la constante formación, los buenos
hábitos (incluido el de viajar), entre otras, son inversiones mediante las
cuales es posible alcanzar estos objetivos.
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