En marzo del 2016 conocí a Ociel Gärtner Restrepo. O mejor: me lo presentaron, porque desde ese primer encuentro, único encuentro entre él y yo, supe que a una persona como él no es posible conocerla, así como no se conoce un país, ni a una montaña. Mi tía Yudi, mi mamá Clarita, mi primo Franco y yo pasamos a Riosucio a saludarlo a él y a su hermano Jaime Darío. Debido al viaje, madrugamos; Franco venía manejando más de cinco horas seguidas y necesitaba descansar. Cuando subimos al segundo piso, Ociel le ofreció una cama. Desde las escaleras yo alcancé a ver (e incluso a presentir) la Biblioteca de este hombre. Ante mi curiosidad, me invitó a pasar. Vi allí un cuarto tapizado en libros, en dvd’s, casetes y figuritas. Vi una máquina de escribir, unas gafas esperando, una radio de los días de la radio. En un extremo, el computador, la impresora y una máscara de carnaval, y encima de todo esto, colgando en la pared, el famoso retrato de Kurt Cobain durante el Mtv Unplugged de Nirvana.
- “Ociel, y este retrato, ¿qué?”, no me aguanté las ganas de preguntar.
Él me respondió sin tener que hacer mucha memoria, como alcanzando una presencia inmediata.
- “Era un cantante que le gustaba a mi hijo y ahí lo dejé”.
El encuentro fue grato y duró hasta pasado el mediodía.
Desde entonces, a cada rato me volvía a emocionar aquella sorpresa que sentí ante el contraste. Lo comenté con Franco, con mi hermano, con otros familiares y algunos amigos.
- “En la biblioteca de un primo de mi mamá, que se sabe de memoria dos mil y punta de poemas, hay un retrato de Kurt Cobain… y no un retrato de escritorio, sino un cuadro grande-grande colgado en la pared”.
Como es de prever, la historia no importaba mucho y la máxima respuesta era una complaciente arqueada de cejas, como siguiéndome el juego de fanático encantado.
Encanto de fanático que me volvió a sorprender, hace poco, en medio de la tristeza, cuando me enteré que Ociel había fallecido el 5 de abril.
- “…el mismo día de Kurt…”, no me aguanté las ganas de decir.
- “Ociel, y este retrato, ¿qué?”, no me aguanté las ganas de preguntar.
Él me respondió sin tener que hacer mucha memoria, como alcanzando una presencia inmediata.
- “Era un cantante que le gustaba a mi hijo y ahí lo dejé”.
El encuentro fue grato y duró hasta pasado el mediodía.
Desde entonces, a cada rato me volvía a emocionar aquella sorpresa que sentí ante el contraste. Lo comenté con Franco, con mi hermano, con otros familiares y algunos amigos.
- “En la biblioteca de un primo de mi mamá, que se sabe de memoria dos mil y punta de poemas, hay un retrato de Kurt Cobain… y no un retrato de escritorio, sino un cuadro grande-grande colgado en la pared”.
Como es de prever, la historia no importaba mucho y la máxima respuesta era una complaciente arqueada de cejas, como siguiéndome el juego de fanático encantado.
Encanto de fanático que me volvió a sorprender, hace poco, en medio de la tristeza, cuando me enteré que Ociel había fallecido el 5 de abril.
- “…el mismo día de Kurt…”, no me aguanté las ganas de decir.
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