martes, 14 de abril de 2020

Acerca del final de Lost in Translation.


La frase final de la película es ininteligible  (pero de mejor gusto que la palabra “ininteligible”). Debía ser así porque es una frase pronunciada al oído, durante un fuerte, cariñoso y urgido abrazo, y porque es una frase que sólo merecía escuchar una sola persona. Es emoción. Humanidad. Es un gesto honesto, indómito, inasible; nacido de las impresiones propias de un instante y no de esa perversa y apasionante abstracción llamada guion. Tratándose de cine, representa en sí una forma de truco mágico, paradójico y provocador: nos revela a los espectadores que durante más de una hora y media hemos sido parte de ese morbo incesante, de esa horda de acosadores ojos que no dejan en paz a los protagonistas; de esa fastidiosa ansiedad, tal vez derivada de los otros films románticos, que nos somete y nos hace desear desde el principio una consumación apasionada entre ellos dos. El protagonista va por encima de ello, y logra vencernos, conservando para su intimidad de pareja su futuro entero, sus roces, sus promesas. Podremos ser el público y creer que lo merecemos todo, pero Lost in Translation prefiere a sus personajes y, haciendo uso del libre albedrío del que gozan, pasan por encima de nuestra voracidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario