Entre la vasta diversidad, y la
aún más vasta manera de clasificar esa diversidad, hay dos tipos de personas:
las que estudian el lenguaje y las que quieren cambiarlo de acuerdo a su
incomprensión del mismo, impulsadas (el femenino "...adas" corresponde al sujeto "las personas") por su ignorancia y sus caprichos. Me referiré particularmente a la expresión "todes", tan usada actualmente. Plural impreciso e indefinido: la primera vez que lo escuché fue en
boca de una niña no sé de dónde, que era grabada por su madre con orgullo. Según
los promotores de la idea, se debe decir “todes” porque si decimos “todos” o “todas”
estamos excluyendo a quienes no se consideran ni “hombres” ni “mujeres”. La teoría es atractiva
pero no deja de ser un producto de la ignorancia, de la más atrevida y
totalitaria ignorancia. Es preocupante que estos impulsos revolucionaros sean
llevados a cabo por personas que no han estudiado el complejísimo y elaborado
sistema que es la lengua castellana. Al decir "todos" (dos de sus significados son: “Indica la totalidad de los miembros del conjunto
denotado por el sintagma nominal al que modifica” y “Entero o en su totalidad. Usado
modificando a sintagmas nominales definidos en singular con nombres contables”),
de manera práctica, podríamos decir que tácitamente, estamos refiriéndonos a
todos los seres humanos. Al decir "todas", en este mismo sentido estaríamos
refiriéndonos tácitamente a todas las personas. El pretender que “todes” puede
reemplazar o unificar el todos y el todas es arriesgado. Propone una situación
ambigua, poco consciente, simplista. ¿Todes les o las o los qué? ¿A qué se
refiere ese sufijo?
El lenguaje
es aliado de la justicia, la esperanza, la dignidad humana, la bondad. Si no es inclusivo, no puede
ser lenguaje. El lenguaje está ahí para unirnos: somos los nosotros, los seres
humanos, quienes lo usamos para separarnos.
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