Pienso en el cuerpo de los animales, de los insectos; es obra de su
día a día, y su día a día, como el de muchas especies, consiste en salir a
buscar su comida. Esta búsqueda les implica relacionarse con la naturaleza, con
las estaciones, con las cortezas, las texturas vegetales, e incluso, con la
fuerza de otros seres. El hombre en algún momento también tuvo que vérselas día
a día con la naturaleza. Experimentar el rigor y la incertidumbre. Hoy, este
encuentro con la naturaleza es cada vez más esporádico, velado y limitado. Ya
tenemos es que vérnosla día a día, jornada tras jornada, con otros humanos, con
los productos de su ingenio: computadores, celulares, calles, carros,
publicidades, noticias. A lo sumo, una pasajera lluvia, un calor insoportable o
un sismo, nos recuerda que hay algo más allá, algo más absoluto que esa
superficie humana.
Pienso en mí. Si tuviera que salir por la comida, relacionarme otra
vez con los árboles o las raíces, mi cuerpo sería distinto. Más fuerte. Los
perros domesticados suelen engordarse, volverse perezosos, demandantes. Veo
desde mi ventana a los abejorros: ahí están, zumbando, escarbando en flores,
acostumbrados a lo salvaje, viviendo gozosamente de lo perecedero, y me
inspiran.
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