martes, 30 de octubre de 2018

El poderoso y el apego



El odio es una forma frecuente del apego. Lo pienso luego de soñar con una escena: alguien, una persona tristemente débil, sin capacidad de defensa, subordinada a mí, se encuentra en mi cama. Simplemente está ahí, sentada o tal vez recostada, mirando la pantalla de su computador.  Yo advierto en este gesto un abuso: “¿Por qué está ahí?”. Me ofende y accedo a golpear. Le rompo el computador, le arranco parte de la ropa, la duermo a punta de puños. En un momento, como indicándome, similar a cuando nos consienten rascándonos, me dice: “ven, hazme por acá atrás, debajito de las paletas”.  Entonces admito con horror su poder y salgo corriendo a pedir ayuda. Me tiene capturado porque me ha hecho creer que yo soy el que me manda, el poderoso, el que odia. Ser sumiso es una forma de atar, de atraer, de convencer, de dominar. El que responde con odio o creyéndose más fuerte, cae en una intrincada trama de apego: ya no es apego disfrazándose de amor; algo peor: es apego disfrazándose de poder. Los tristemente débiles, los que buscan arduamente por ser rechazados, se ahorran el esfuerzo de levantarse, y desde su languidez dominan. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario