La música jamás ha dejado de
estar contaminada por la lucha de clases, por la imposición de la élite. Quienes suenan en la radio son los hijos de empresarios
o actores de clase alta, personas a las que les resulta propia la ambición
difusa de la fama; bien fuera mediante el fútbol, la actuación, el canto o el
entretenimiento, su esperanza de base era ser famosos y su método era el pagar
por. La resonancia con la que cuentan es debida al músculo financiero, a sus
posibilidades materiales. Más allá de calificarlo de bueno o malo, este fenómeno es una condicionante que no debiéramos dejar de ver. Son miles las buenas
melodías que se están acallando no por méritos artísticos sino por las dinámicas
de mercado, dinámicas que benefician la música más monótona y redundante, la
más portable, la que se puede hacer sonar sin instrumentos. “Solo necesitamos
unos cuantos bailarines y mucha ropa”.
Ahora cuando escucho a un nuevo
artista sonando en la FM, busco en internet y lo compruebo: muchos son Yatras o
Vegas cuyo único mérito reside en ser hijos de tal y poderse pagar ese espacio
en la onda. Mi lucha actual está en no juzgar basándome en esta situación sino “libremente”.
Pero no siento nada. Todo es una baba de bobos, fácil zalamería,
sobreproducción, cuatro cuartos, “fría saliva de muerto”. Vuelvo entonces a
Cocteau Twins, a The Smiths, a los Rolling… pero mi obsesión no cede y
comprendo que también el hecho de que yo los esté escuchando corresponde a
dinámicas de mercado: Inglaterra sabe exportar su cultura.
Recuerdo entonces cuando me preguntaron
por la música urbana y de mi corazón salió una sincera alabanza al tango.
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