lunes, 11 de septiembre de 2017

El arte de la buena compra


Aprendí a corregir ciertas actitudes sin adoptar nuevas. Lo importante de la auto-observación, como con el psicoanálisis, es trabajarse, no cesar de sustraer y tampoco de sumar. Ilustro: hace diez años mis padres me compraron un bajo. Un Squier Jazz Bass. Buenísimo. Excelentes maderas, excelente construcción, buenos circuitos, sin ruido. Dos años antes, 2005, me había obsesionado con los bajos, las guitarras y los Converse, y me la pasaba mirando catálogos. Cuando obtuve mi instrumento, supuse que la manía por mirar catálogos hasta quedarme dormido pasaría, pero no. La compra me llevó a pensar: bueno, ¿cuál es el siguiente? ¿Uno mismo pero Fender? Y puedo decirlo: he dicho diez mil veces. “Sí, este es mi bajo favorito, por si algún día me lo preguntan”. Y la idea es que debe ser uno, o dos, o máximo tres, porque la idea de comprar muchos, bruscamente, de acuerdo a los caprichos y sin reparar en detalles,  no es tan exigente como la intención de comprar solamente uno más. Y la línea de pensamientos ha variado: por peso, por su forma, por su silueta, por su construcción, por su sonido, por el clavijero, por el color del mástil, por si es activo o pasivo, etc. En mi carpeta de archivos personales no tengo ni una imagen pornográfica, pero sí tengo unas doscientas imágenes de bajos de todo tipo. Esta actitud me llevó a investigar y a conocer modelos, maderas, conceptos de construcción de un bajo, estilos, pero, es real, no he tocado mi Squier Jazz Bass la mitad del tiempo que me la he pasado mirando otros bajos a través de los cuales, supuestamente, me asomaría al mar musical que este instrumento ofrece. Es como si mi sentido apreciativo, a veces volcado en la pintura y en la escultura, en mi caso, estuviera enfocado únicamente en la apreciación de bajos y guitarras. Sus cuerpos y detalles, sus colores, sus materiales, todo generaba una impresión en mí y era como si el destino del instrumento fuera más desde lo visual que desde lo sonoro. De hecho llegué a pensar que, siendo mi hermano pintor, sería muy especial usar estos cuerpos de instrumentos como superficie de sus pinturas. Desde el mismo corte se habla y no es lo mismo una Les Paul a una Flying V, ni tampoco una Stratocaster a una Archtop. Tal vez podría considerarse un desperdicio usar esto para aquello, pero, ¡qué hago, pues, si soy sensible a eso! El hecho que me indispuso fue que mi búsqueda sonora a partir del bajo se truncó. Me dispuse entonces a aprenderme líneas de bajo tanto de solistas como de miembros de agrupaciones.  Por ejemplo, me di cuenta de que no era capaz de tocar a tiempo y de manera sólida el bajo de Around the World de Daft Punk y que los bajos de McCartney se me hacían tan complicados y enredados como los de Jaco Pastorius, y que los de Jaco eran espuma de un sueño imposible de recordar. “¿El primer segundo de Teen Town? ¿Cuántos dedos se necesitan?”, pensaba. Mi reflexión continuó y recordaba a James Jamerson (… y que él sólo usó un único bajo en toda su fértil y determinante carrera… un Fender Precision…). “Tal vez debo aprender a escuchar esa frecuencia sagrada”, pensé evocando las palabras de Guillermo Vadalá, quien es una de las personas que me ha enseñado a entonar el bajo con alegría, pues su experiencia ha servido para que nos hable no sólo con música, sino también con palabras que expresan esa necesidad de darle al bajo algo más que un ritmo acompasado y tímido entre las tónicas que conforman la armonía de una canción. “Hay que ser alimento desde los graves”, fue una frase de una de sus charlas maestras. Decidí entonces meterme en esos retos personales para aprender a escuchar y a partir de lo que percibiera mi oído, pasar a interpretar, a crear, tratando de darle un momento a cada proceso. Gracias a YouTube, pude escuchar Teen Town a la mitad de tiempo y oír esos sonidos que la velocidad de la grabación no me permitía ver. No entendía nada de la tablatura, me perdía, me quedaba. Así, siendo la obsesión mi método, busqué otras maravillas del bajo, como This Charming Man de The Smiths y varias otras, con la intención de primero escuchar y apreciar, para luego replicar e interpretar. Y bueno, este ejercicio creo que es más sano de acuerdo a mis gustos que obsesionarme con los catálogos, pues lo primero me llenaba y me permitía valorar mi Squier Jazz Bass, mientras que lo otro me hacía sentir vacío y necesitado de gastar en otro instrumento. De esta manera, y porque en ese entonces la banda lo requería, le pagué a mi amigo Sebastián Gil para que le hiciera cariñitos a mi bajo: hidratación de la madera, apantallado, calibración, octavación… la próxima es comprarle unos potenciómetros y quizá, quizá, comprarle unos micrófonos nuevos. Esto creo que es un círculo: corregir actitudes adoptando nuevas. Hacerse responsable de la compra y conservar la intención de invertir en ocasiones determinadas y así, enfocarse. No está de más decir que este gusto por ver catálogos, incluía también pasarme horas viendo fotos de amistades, convocatorias para irme a estudiar al exterior y mujeres en distintas plataformas (y posiciones). Esto producto de la desorientación y de fijar el fin en la compra de un objeto más no en el sentido de la compra, en lo invisible que es valioso, en lo que con ese objeto podría lograr hacer y crear. Era en parte procrastinar: el miedo a enfrentarme a mis capacidades, a hacerme las preguntas grises, a sacarle cayos a mis dedos, a disciplinarme, a sentirme culpablemente desconectado por no estar pendiente del flujo de información brindado por las personas en las redes sociales, a estar solo frente al abismo. Creo que ese hacerse responsable de la compra, guiarse por aquello en lo que uno ha invertido, es importantísimo. No dejar libros sin leer en una biblioteca que no para de llenarse de enormes títulos, sino tener la compostura de leerlos, así sea más difícil, a veces, que comprarlos; saber que los sonidos que pueda sacarle a ese binomio de cuerdas, circuito y madera, tienen la fuerza suficiente como para  llevarme a otras ciudades, así parezca más fácil, más ordenado y más cómodo lograrlo mediante una beca. “Ve y organiza tu cuarto”, método y máxima still vigente. 

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