La mayor monotonía que he experimentado fue la de
pensar constante y permanentemente en circunstancias eróticas y
oportunidades pornográficas. Turbé el espíritu con ideales hasta cuando
entendí, un día de manera repentina, que más-no se podría-turbar, que era un
efecto de la dominación y que
la obra artística que uno ambiciona resulta estar contaminada hasta degradarse
y convertirse en meras obviedades con las que uno quiere únicamente agradar y
combinarse. Luego, al menos intentar pensar en esa obra la mitad de tiempo que invertí maquinando fantasías protagonizadas por aquellas quienes se incrustaron de manera inocente en mi mente
pervertida, preví que el arte, a corto plazo, sería un motivo imposible, otro
ideal que me apabullaría, un sueño imperceptible que no dejaría de contradecirme y que no me permitiría definir en ningún sentido y en ningún momento, pero que al
menos me haría sentir como si me estuviera creando un alma; igual a los lindos romances, distinguidos por siempre ser irreemplazables.
Me parece, que todo comienzo se pervierte, pero definitivamente hay, si, una memoria que nos lleva a las verdades
ResponderEliminar