lunes, 18 de abril de 2011

Medicamento, es veneno y es antídoto.


Anticipo que no es éste otro intento desesperado (si es que acaso algo de lo que escribo no parece ser fruto de la desesperación) por sentar la última palabra, la última ideología, el penúltimo mejor error. Siento, no creo ni afirmo, que lo único que puede ayudar a la mala situación, cruel y total, que parece estar impregnada en Colombia como el mal olor de una enfermedad venérea, es que todas las personas se ubiquen históricamente a partir de la lectura, que generen conocimiento estudiando la historia que nos cuentan los poetas, los novelistas, los pintores, los dramaturgos, y quizá también algunos historiadores, entre muchos otros consagrados por la expresión. Siento, además, que no es útil intentar definir al colombiano a partir de rasgos comunes, con características determinadas y formas establecidas, que goza de ciertas cualidades para padecer ante la impotencia de no saberlas proyectar, como un vano intento de concepción de un producto o servicio: qué puede ofrecer, a cuánto, cuándo, cómo y dónde.
Sería más aprovechable bajar el ritmo, bajar la guardia y sofocar el miedo mediante el desarrollo de un gusto literario.
Lo siento así porque leyendo, aprendí a imaginar. Nada más.

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