Quería consagrar un texto entero a burlarme de la importancia que se le da al Spotify Wrapped, y a la serie de indignaciones que estas síntesis de consumo abusivo (y ya de por sí identitario y narrativo) causaron en no pocos usuarios, pero opté por escribir y publicar este texto, este vapor profundo, perfume maligno que delimita mi más reciente obsesión, y con el cual quiero cerrar este 2024 del blog, compromiso itinerante, lugar en el que mi mente se despereza, estirándose amplia y extensivamente.
Hace tiempo llegué a la conclusión de que Colombia es una
nación compuesta por múltiples civilizaciones. Rumiar esta idea, ruñirla, me llevó a la certitud de que la geografía influye en la
configuración de las lenguas, de los idiomas. Los condiciona. Quiero decir: un idioma surge gracias a una geografía. La idea no es ni original ni nueva: recientemente
fue publicado el libro “Esta geografía me está diciendo”, de Hugo Jamioy Juagibioy
y Selnich Vivas, e incluso la BBC se interesó por la materia.
Lo particular en mi caso fue adquirir, mediante esta idea, consciencia histórica y social: en Colombia, la implementación del español como lengua oficial constituye una separación del entorno y este matiz quizá sea útil abordarlo para comprender nuestros problemas como nación. Donde unos ven un “Dios”, nosotros vemos un "recurso". ¿Qué nombre tendrá el ángulo de la luz del sol de diciembre? ¿Cómo definir la paz? ¿Qué es la justicia social? ¿De qué fenómeno me estaré perdiendo solo por no tener una palabra para percibirlo? Si así es con lo material y externo, ¿cómo será con las supernovas de la interioridad?
Igual, tranqui: todo es absurdo, todo es sentido; lo más sencillo es lo correcto: calma al ave que vive en tu cabeza.
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