El nombre, más que un seudónimo, es también un personaje presente en mi primer libro, “Vida Querida”. Este ser, me representaba y hablaba por mí. Decía lo que yo callaba. Era quien yo no podía ser. En su grandilocuencia, en su pomposidad, en su ditirambos, yo me expresaba (me expreso aún) sin remordimiento alguno.
El nombre, más que el título de este blog, era también una sentencia, y no sin dejar de ser perjudicial, me anclaba en una manera: no tener son sino por medio de las palabras, y esto es algo que disuena con mis búsquedas actuales, definidas en parte por esa necesidad de cuerpo, de experiencias de movimiento, vitales. Dice el psicoanálisis que no es lo mismo cuerpo que organismo: el segundo es la máquina y todos sus procesos; el primero surge de la apropiación que logra el sujeto de su organismo. Hay diversas formas de apropiarse: la Música y la Danza son dos de ellas. Desde hace meses - ¿o años? la pandemia confundió los calendarios... - decidí emprender esta búsqueda por medio de Insomnio en Aves: me desnudé de instrumentos y decidí portar “únicamente” la palabra, y descubrí que para este fin no bastaba con cantar de un modo claro, sino que también el gesto logrado mediante toda mi figura resulta fundamental. No pretendo hacer coreografías; mi objetivo es el tono muscular, la sensación de estar vibrando, la elocuencia kinésica, el impulso verbal desde algo parecido a los mudras, o al contrapostto. Y de este modo comprendí que hacerme pasar por “El Bailarín Sin Son” no solo era impreciso (porque él es él, y yo soy otro), sino que además correspondía a un momento distinto y distante, y atendía a una serie de resueltas y vencidas necesidades. Además, ya es costumbre que yo hable acá con mi voz, teniendo en cuenta que desde hace meses mi querido Bailarín anda dando tumbos y volteretas en las libretas, en los borradores de mi mail, en mensajes de audio que luego organizo. Nuestra siguiente aventura ha sido llamar a las cosas por su nombre y reconocernos tomando distancia.
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