martes, 17 de agosto de 2021

Sobre el hábito de las discusiones imaginarias

 

El hábito de observar mis pensamientos me ha llevado a reconocer mi tendencia a urdir discusiones imaginarias, sobre todo en las horas de la mañana. Casi siempre, en estos espacios, respondo a las agresiones que en su momento me afectaron hasta hacerme quedar callado o asentir de manera resignada o sonreír falazmente. Cuando vuelvo a ellas, en la discusión que imagino, hiero, devuelvo la agresión. Por ejemplo, con cada día que pasa, es más probable que me acusen de padecer el síndrome de Peter Pan. Consciente de lo que esto quiere decir, de la clase de principios que mueven a los teóricos que desarrollaron este supuesto trastorno, de las conductas y hábitos de consumo que privilegian, en mi mente encaro no sin agresividad estas acusaciones que me hacen y que son en extremo violentas. Puedo pasar varios minutos puliendo la piedra, buscando la manera más efectiva y fatal de ser hiriente con mis argumentos. Finalmente, la pelea se va desintegrando pero el ánimo de lucha, la sensación de alerta, la energía agresiva quedan en mí y se demoran varias horas en irse.

Es entonces cuando el hábito de observar mis pensamientos me ha permitido darme cuenta, con prontitud, del momento en el que las turbinas se prenden e inicia la pelea.

Así he aprendido a detenerla, a detenerme. Miro a mi alrededor y reconozco lo que hay, lo que he construido, con mi trabajo, con mis actitudes, con mi manera usualmente cordial de tratar a los demás. Luego, los pensamientos se desvían en otra dirección, a veces hacia otra pelea, y vuelvo a encausarlos hacia otros ámbitos, hacia otras sensaciones. Presiento que antes estaba apegado a este tipo de conflictos porque creía que constituían el mejor nutriente de mi escritura, pero Kawabata, Camilo Suárez, entre otras presencias, me han enseñado que no tiene por qué ser así.

También existen los conflictos amables.

Algo más: al leer a Jaron Lanier supe que los mecanismos de interacción que facilita el internet, están diseñados para alimentar esta agresividad, estos soliloquios llenos de conflicto, nuestro trol interior. Por eso prefiero no usar el celular sino hasta después de desayunar, unos pasos adelante en la jornada, y no recién me despierto, estando aún entre las cobijas. 


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