La colonia: supongo que en algún momento se detuvo, creo, mediante la
independencia; sin embargo, me da igual ser mandado por un rey español que por
un grupo económico o militar que obedece a las intimidaciones de los
estadounidenses, de los chinos o de la unión europea. Lo importante es
resignarse: la independencia es un sofisma, como la libertad, la felicidad, y
otras trampas del pensamiento. Son ideas estimulantes, detonantes de discusiones
a veces muy agradables, pero nada más: como especie que aún ronda por el
planeta, para la cual las circunstancias aún son adecuadas, somos dependientes,
los unos de los otros, entre los diversos reinos de la naturaleza; si desaparecemos,
el perro se las tendrá que ver. Pero, en fin, no quería escribir de esto, sino
de lo siguiente: en mi conciencia está bien empotrada la idea de haber crecido
en una especie de colonia; lo que empieza a despertar de mi inconsciente, a
manera de flor que nos regala las aguas de un lago oscuro, es la certeza de
querer colonizar, de querer invadir la atención de las personas extranjeras {y
entre más extranjeras (ajenas a la realidad colombiana) mejor}.
Mi interés se ha concentrado en esos lugares que quiero invadir.
Tal vez por eso se me ponían los pelos de punta cuando veía imágenes
del famoso 5 – 0 contra Argentina; o cuando hablaban de Colombia, o de
Medellín, en algún noticiero estadounidense. ¡Estábamos invadiendo su atención!
¡Sí! Existíamos, y no me importaban los medios, así, en más de una ocasión, lo fuéramos siendo presentados como los hijos de la violencia (si
es que no éramos la violencia misma). Y con este enfermizo rótulo, a
lo largo de muchos años, hemos venido inflando nuestro sentimiento de inferio-superioridad: "¿Qué nos van a decir a nosotros? ¿Qué saben ellos de lo que nos tocó vivir?" En particular, a los paisas, debido a la idealización de la mafia, cuando nos hablan lo hacen como escarbando en nuestra mirada: presienten la bestia de adentro, y lo disfrutamos: las juventudes europeas se
sienten atraídas por nosotros, a fuerza de lástima, de repulsión, de morbo y, más que
todo, de tedio. ¡Sí! ¡Existimos! ¡Colonizamos!
Esta mala vibra fruto de la separación, de la ilusión de pertenecer a
una nación, cesa cuando al otro día, la siguiente semana, sea cuando sea, nos
despertamos abrazados a una certeza distinta: solo somos seres humanos,
aferrados a la idea de país – nación – región – tribu - barrio porque
necesitamos de una serie de costumbres para hacerle frente a la abismal
incertidumbre, al precioso y liberador sinsentido que nutre nuestra existencia
humana.
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