viernes, 2 de abril de 2021

Toda frontera es invisible

 

La colonia: supongo que en algún momento se detuvo, creo, mediante la independencia; sin embargo, me da igual ser mandado por un rey español que por un grupo económico o militar que obedece a las intimidaciones de los estadounidenses, de los chinos o de la unión europea. Lo importante es resignarse: la independencia es un sofisma, como la libertad, la felicidad, y otras trampas del pensamiento. Son ideas estimulantes, detonantes de discusiones a veces muy agradables, pero nada más: como especie que aún ronda por el planeta, para la cual las circunstancias aún son adecuadas, somos dependientes, los unos de los otros, entre los diversos reinos de la naturaleza; si desaparecemos, el perro se las tendrá que ver. Pero, en fin, no quería escribir de esto, sino de lo siguiente: en mi conciencia está bien empotrada la idea de haber crecido en una especie de colonia; lo que empieza a despertar de mi inconsciente, a manera de flor que nos regala las aguas de un lago oscuro, es la certeza de querer colonizar, de querer invadir la atención de las personas extranjeras {y entre más extranjeras (ajenas a la realidad colombiana) mejor}.

Mi interés se ha concentrado en esos lugares que quiero invadir.

Tal vez por eso se me ponían los pelos de punta cuando veía imágenes del famoso 5 – 0 contra Argentina; o cuando hablaban de Colombia, o de Medellín, en algún noticiero estadounidense. ¡Estábamos invadiendo su atención! ¡Sí! Existíamos, y no me importaban los medios, así, en más de una ocasión, lo fuéramos siendo presentados como los hijos de la violencia (si es que no éramos la violencia misma). Y con este enfermizo rótulo, a lo largo de muchos años, hemos venido inflando nuestro sentimiento de inferio-superioridad: "¿Qué nos van a decir a nosotros? ¿Qué saben ellos de lo que nos tocó vivir?" En particular, a los paisas, debido a la idealización de la mafia, cuando nos hablan lo hacen como escarbando en nuestra mirada: presienten la bestia de adentro, y lo disfrutamos: las juventudes europeas se sienten atraídas por nosotros, a fuerza de lástima, de repulsión, de morbo y, más que todo, de tedio. ¡Sí! ¡Existimos! ¡Colonizamos! 

Esta mala vibra fruto de la separación, de la ilusión de pertenecer a una nación, cesa cuando al otro día, la siguiente semana, sea cuando sea, nos despertamos abrazados a una certeza distinta: solo somos seres humanos, aferrados a la idea de país – nación – región – tribu - barrio porque necesitamos de una serie de costumbres para hacerle frente a la abismal incertidumbre, al precioso y liberador sinsentido que nutre nuestra existencia humana.


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