Discutía una vez con una amiga acerca de las clases sociales
y las malas condiciones laborales. Nuestros puntos de vista se bifurcaron, se
opusieron, cuando ella me manifestó que la existencia de los malos trabajos era
cuestión de políticas públicas, de administraciones. Que la izquierda (término que no logré
clarificar en ningún momento de nuestra charla) nunca permitiría malas
condiciones laborales. Mi mente se llenó de ejemplos con los cuales contradecir
su punto pero pasó que cruzábamos por una acera sobre la cual se extendía un
gran vómito multicolor que parecía estarnos gritando. Era una mancha viscosa,
casi burbujeante que alguien había dejado allí. Yo sentí que el mismo vómito,
que esta experiencia visual, era más potente que cualquier experiencia verbal,
y le pregunté qué hacer con este tipo de situaciones, cómo afrontarlas, desde
esa izquierda que ella promocionaba.
Se quedó mirándome y luego habló.
- La izquierda desarrollaría robots para
limpiarlos.
Su respuesta produjo en mí real sorpresa. Era una buena
respuesta. A mí me bastó. Pero luego ella continuó.
- Mentiras — advirtió — la izquierda no permitiría que unas máquinas reemplazaran a las
personas. Luego de los limpiadores, serían a los celadores, a los mensajeros, y
hasta a los periodistas a los que nos reemplazarían. Creo que ese vómito debe
dejarse ahí… o no sé… que los estudiantes trabajen y sean los encargados de ese tipo de cosas.
Se quedó callada pero sin dejar de pensar.
- La derecha
si es una cosa muy brava — declaró — nos enferma y luego no se
responsabiliza de nada.
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