miércoles, 23 de enero de 2019

Una forma de vida


Vuelvo a ciertos episodios de Duke Nukem, Doom y Age of Empires, y me estremezco. Estos, para mí, no fueron meros videojuegos con los que me entretuve y que abandoné una vez superados los obstáculos. No. Fueron mundos por los cuales divagué durante casi una década, y por donde salí a caminar matando monstruos, presencias estridentes que me dejaron de sorprender o asustar. Los jugué en todos los niveles de dificultad; me dejé matar, y pasé mi injustificado tedio cometiendo absurdos dentro de estas plataformas. Me sabía las claves de memoria; en las noches soñaba que jugaba. Hoy, casi trece años después de la última vez que jugué alguno de estos tres, me siento mal y evalúo por qué.
Tal vez sea debido a un ideal: en este punto de mi vida quisiera haber tenido una niñez diferente. Haber actuado de un modo distinto. Pero en los años más recientes mi comportamiento ha sido similar, lineal con respecto aquellos tiempos: Facebook, Twitter, pornografía, Instagram, Musician'sFriend, BBC, ElColombiano, tonterías en YouTube... Por eso, no sería sensato “culparme” por no haber actuado de un modo que aún hoy no soy capaz de adoptar. Sí: ahora me sentiría mejor conmigo mismo si hubiera sido menos sedentario y más de salir a la calle; si en vez de pasarme horas frente a la pantalla, hubiera seguido yendo a la Unidad Deportiva de Belén a jugar basket con extraños y marihuaneros, tal y como lo hice junto con mis primos y mi hermano hasta 1997. Sí: hubo épocas en que fui callejero, inocente e indocumentado, pero son muy inferiores, tristemente inferiores, a la cantidad de períodos en que me la pasé sumido en esa fantasía tenebrosa de disparar a todo lo que se moviera, de caer de pie desde el piso décimo, de tirar  bombas, de reventar grietas de la pared, de matar.
Me paseo ahora por esos mundos y recuerdo que cuando jugaba, meditaba. Algunos pensamientos vuelven: así siento de nuevo la televisión al fondo, el olor a comida, el llamado de mi mamá. Sería injusto decir que pude o que debí haber sido distinto si aún hoy no soy capaz de cambiar.
Pero, ¿para qué cambiar?
Profundizar en ese malestar, más que satisfacción o paz, traerá respuestas: por ejemplo, ¿por qué todos los héroes y personajes con los cuales de niño yo soñaba, eran jóvenes evasivos que vivían en una van, dentro de un espeso bosque, sin televisión, ni teléfono, ni cuentas por pagar; sin hijos, ni biblioteca, ni miedo; creyentes del diálogo que no querían ser héroes?
Sigo rumiando... 


No hay comentarios:

Publicar un comentario