La historia
de la civilización lo confirma: no importa
qué se descubra; importa quién lo descubra.
No importa
el mensaje; importa quién lo dice.
Las
revoluciones son reiteraciones. Recaer es la manera de olvidar los propósitos.
Ya se ha
avisado más de una vez: ni a punta de golpes aprenderemos. Es necesario empezar
a cuestionarnos. Tenemos que hablar de política y religión: es fundamental en
este momento. Debatir a cuántos les conviene que la mayoría de la ciudadanía
sea carnívora. Entender el fenómeno de la pornografía, de los smartphones, y de
los hogares divididos por la interferencia. ¿Por qué está mal que los jóvenes de más de treinta años vivan con sus padres? ¿Por qué cada persona debe ser un
habitante que le represente al Estado la obtención de un monto económico
mensual correspondiente a los impuestos de un carro, de un apartamento y de un celular? ¿Por qué lo "mío" en vez de lo "nuestro"? ¿De dónde ese fetiche con lo "propio"?
Es momento de asolear nuestras ideas. De sacudirnos torpemente. En el camino
iremos siendo mejores, pero los formalismos anuncian tiranías: el deber ser de
los esnobistas es siempre el más violento.
Hablemos de
todo y desde ya.
Occidente tiene sus reglas. Filolao y Aristarco de Samos hablaron del heliocentrismo mil ochocientos años antes que Copérnico. La negación militar del conocimiento fue una estrategia: pero esto va más allá de una cuestión de autoría. Hay personas que contribuyen y dan nociones que nos acercan a la naturaleza de los fenómenos (supongamos la tabla periódica) pero el fenómeno no es una invención o una patente. Estamos acostumbrados, por el modelo educativo básico, a que se nos retribuya con reconocimiento el paso que recién damos.
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