lunes, 25 de junio de 2018

Alas Abiertas



Antes de la fiesta, no tenía vida. Empecé a tomar porque estaba seguro de que así conseguiría una. El peso de la costumbre perpetuó el hábito durante diez u once años. Romances, carencias, desordenes, aciertos, malas decisiones, imágenes, amigos, presencias, canciones, ideas, esquizofrenias, conocimiento, historias, risas, un cuerpo débil: esta es la coyuntura. Ahora necesito fortalecer mi cuerpo, hacerlo balsa para los océanos de todo el mundo, teleférico de todos los montes. Necesito corporeidad, dejar de ser para ser alguien más. Ver con nuevos ojos, buscar nuevas continuidades sin devolverme en el camino. Sé que deberé aprender a disfrutar de nuevas actividades en un comienzo tediosas o simplonas si las comparo (injustamente) con lo que siento mediante la bebida, la fiesta, el trasnocho, la disolución. Disolverme en la parranda me produce una satisfacción automática que a este punto ya me ha deprimido más de lo que me ha alegrado, activado o entusiasmado. Las mejores ideas han surgido en sobriedad, las líneas potentes las he alcanzado en rigores solitarios y creativos. Debo ahora (porque el deber es sinónimo de libertad) saber qué decir y ser capaz de decirlo; saber ser y atreverme a serlo. Necesito que los demás no me inviten a un trago, ni a una fiesta, ni a un plan: si a algo me van a invitar, exigir que sea a la vida: a un concierto, a una obra de teatro, a una biblioteca, a cocinar, a una caminata, a nadar en un lago, a hacer el amor, a tendernos en una manga para mirar el cielo. Será un modo de existir abrumadoramente diferente al actual y pasado; pero también será de sensaciones. Así, dejaré de fantasear con la sombría ruta de algunos ídolos, y viviré la mía. Soy una voz que contiene voces. 

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