Una confesión que corresponda a una exploración del
yo, es una certeza; no se finge: es algo natural. Así, quiero confesar que mi
esencia, hoy, es amarme con la misma intensidad con la que he llegado a serme
indiferente. Lo reconozco: me amo. Sin solemnidades ni exageraciones; sin
exaltarme ni encumbrarme, yo me amo. Y me amo amando la vida, sin evadirme y
experimentándome en la acción. Y aunque me moleste aceptarlo, lo considero un
logro luego de haber padecido de un narcicismo autodestructivo con el cual me
torné autocompasivo y quejumbroso, y con el que además, pretendí imponerme una
frenética idea del éxito en la que la fama era el principal objetivo; tal vez
me sentía demasiado lindo e inteligente como para ser anónimo. Pero fuera del
laberinto de reflejos, de esa interminable y confusa ruta de poses e ideales en
la que me sentí perdido, es que he aprendido a conocerme. No me comparo: no me
tengo: no soy. El tiempo no pasa: yo paso en él, siendo. En expansión y en
éxtasis. Niño hecho de universo.
Amigoide, no creo que busquemos la fama en sí, sino un legado significativo. Algo así como pensar que muchos años después de morir, las juventudes puedan rumiar sus tristezas y alegría con algo que uno haya hecho.
ResponderEliminar¡Me encantó Sebas! Bellísimo y profundo.
ResponderEliminar:)
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ResponderEliminarMuy Heideggeriano. ¿Qué decía el comentario de El Colombiano que lo borraste?
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