martes, 6 de mayo de 2014

Las esperas y las rutas indicadas



Si sé que estoy esperando en el lugar y en el momento adecuados, me siento calmo y confiado. El tiempo mide lo que yo espero que mida; su peso es el justo y necesario. Pero si por el contrario me encuentro esperando sin alguna certeza, tal espera me es angustiante. La situación carece de medidas que me permitan medirla.
Sé de esto en mí gracias a una experiencia en particular, que fue la de esperar una ruta de bus en un paradero situado en una zona que no suelo frecuentar. Alguien me había asegurado que por allí pasaban los buses que me llevarían a mi destino; pero yo no creía. Igual, obedeciendo, me paré allí, dispuesto,  atento a cada detalle, desconfiado e inusualmente expectante. El tiempo no midió para mí lo que suele medir. La gente no lucía igual, los carros parecían ser más veloces y los árboles, siempre dueños de una inocencia senil y ancestral, figuraron esta vez como meros testigos de una avenida de indiferencia. Pensé que este tipo de espera se experimenta en muchos otros momentos de la vida. No hablo solamente de una citadina espera por un medio de transporte; me quisiera referir a una situación humana de espera definida por el no saber "qué se viene" y por una incertidumbre que lleva a que los días sean más largos y que el afán por alguna certeza sea cada vez mayor. ¿Cuántas veces, y de cuántos modos, hemos querido estar en el paradero donde solemos esperar?

Quizá por esta elucubración fue que, en ese momento, decidí irme caminando, sin depender de aguardo alguno. Afortunadamente en ese instante, vi a la ruta más o menos conocida acercándose, a esa gratificante ruta sucia más o menos hogareña y familiar que uso para vincularme a lo que siendo ajeno, también siento propio.  

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